En la vida te encuentras muchos caminos o muchas situaciones que te hacen cuestionarte, asustarte y finalmente aprender. Hay personas que ese aprendizaje les llega con una enfermedad, con una situación familiar o económica difícil, con una ruptura, una tocada de fondo, con cursos o conocimiento ontológico. Hay muchas maneras de crecer. Y la maternidad, indudablemente es una de ellas.
Ser mamá es un golpe duro y lindo. Es como blanco y negro, día y noche, salado y dulce. Creo que uno nunca está preparado para lo que llega. Siempre es más (y menos) de lo que esperabas.
Creo que la maternidad es una manera hermosa de aprender. Es como que la vida te metió a una maestría en ser un mejor ser humano, pensabas que era un cursillo de verano y terminaste en algo que durará años.
Yo todo el tiempo me sorprendo de la maternidad. Aunque ya llevo más de 10 años en ella me parece algo increíble. Digamos que siempre me lleva más allá de lo que pensaba.
Pero dentro de todo lo que he aprendido en esta experiencia de ser mamá hay cinco cosas que representan los mayores aprendizajes para mí. Son como las materias base de esta maestría que apenas comienzo y que creo que nunca acabará.
Primer gran aprendizaje: La paciencia
Esta es una clase que se ve casi a diario. La paciencia es el pan de cada día de la maternidad. Todo el tiempo requerimos usarla y muchas veces no tenemos muchos recursos para hacerlo, especialmente porque el cansancio agota sus reservas.
La paciencia se necesita desde el comienzo, cuando tu bebé llora y no sabes porqué, cuando tienes que esperar una hora a que se tome toda la porción de leche o cuando tienes que sacarle los gases y no salen. El uso de la paciencia se intensifica cuando tiran al suelo toda la coca de cereal con leche y cae por todas partes, cuando riegan toda la caja de juguetes después de que los acabas de recoger o cuando tienes que decirle 10, 15 o 20 veces algo y pareciera que perdieron la capacidad de escuchar.
Segundo gran aprendizaje: Soltar el control
Con los hijos somos intensas y controladoras. Esto no es malo, lo hacemos porque siempre queremos lo mejor para ellos, por eso queremos tener cada detalle lo más controlado posible.
Cada día la vida es más cuadriculada, hay más restricciones y condiciones en todo.
Aspectos que antes no eran relevantes ahora si lo son… Que si lo que le das es orgánico o natural, que si la ropa es en 100% algodón, si haces colecho o si tu casa tiene todas las medidas de seguridad para niños, son cosas que las mamás de antes ni consideraban. Por lo tanto la maternidad moderna es más meticulosa y por ende llevar el control de cada pequeño detalle genera más estrés.
Pero el día a día de la maternidad es un caos. Y por más orden que queramos tener, el caos y el control no son amigos. Por lo tanto, muchas de las cosas que planeas en tu vida de madre, no saldrán como quieres…
El niño que hace pataleta y llora durante su fiesta de cumpleaños, la típica salida tarde de casa porque ‘quiero hacer popó’ cuando ya estábamos saliendo, el plan que se te daña porque el niño amaneció con dolor de panza, la ropa que no quisieron ponerse ‘porque sí’, el día que hicieron pataleta o mala cara delante de toda la familia, la tarea que quedó horrorosa (opuesto a lo que nos hubiera gustado)... las historias pueden ser infinitas. Todo esto nos enseña que no podemos controlarlo todo, ahora el caos reina en nuestra vida.
Tercer gran aprendizaje: El que enseña no eres tú, son ellos
Tenemos hijos y juramos que vamos a educarlos. O sea, nos convencemos de que esas pequeñas criaturas llegan a nuestra vida a que les enseñemos todo. Obviamente les enseñamos a hablar, a caminar, y de ahí en adelante muchas cosas. Pero en realidad al tener hijos es como si hiciéramos un segundo aprendizaje de todo en la vida. «Mami, existen los extraterrestres?»… llega el momento en que nos hacen preguntas que no sabemos responder y es que hasta con lo más básico muchas veces nos cuestionamos las cosas que pensábamos, las creencias que teníamos o la manera en que concebíamos todo. Entonces, cada vez que les enseñamos algo es como si lo aprendiéramos por segunda vez.
Dicen que los hijos son maestros, y más allá del conocimiento que les damos, cada uno viene con lecciones específicas, más profundas que aprender las vocales o los colores. Cada uno viene a enseñarte cosas diferentes. Es un engaño, creías que vinieron a que les enseñaras pero en realidad el alumno eres tú.
Cuarto gran aprendizaje: Reconocer nuestra humanidad
Los hijos te desnudan. No solo de manera literal pues ni al baño puedes ir sola, sino también desnudan tu interior, te expones ante ellos, revelas lo que eres. Tener hijos te expone en una gran parte del tiempo a mostrar tu humanidad ante otro ser humano, un ser humano al que quieres enseñarle lo mejor. Pero te das cuenta de que también está aprendiendo lo peor. Las mamás venimos con el paquete completo, con todo lo bueno que queremos mostrarles pero también con todas nuestras imperfecciones. Y todo lo aprenden, por eso ser padres hace que nos descubramos y tengamos que reconocer nuestro lado oscuro. Por eso, al enseñarles lo bueno, ellos descubren lo malo y nos lo sacan en cara con sus acciones.
Muchas veces vemos cosas en los hijos y pensamos: «Mier$%^*…, lo aprendió de mi» y finalmente nos toca reconocer y decirles que la mamá se equivocó, que así no se hace, que nos perdone, que hay otra manera de hacerlo bien. Nos toca enfrentar ese lado oscuro, reconocerlo y tratar de mejorar pues tenemos que ser la mejor versión para nuestros hijos.
Quinto gran aprendizaje: El Amor
Todo el mundo dice que tener hijos es conocer el amor verdadero y mil cosas similares que se volvieron hasta cliché. Yo respecto al amor o a los amores pienso que no son comparables, no sé si alguien que tiene un perro pueda amarlo igual que como yo amo a mi hijo, es muy posible. También es muy posible que yo ame a mi papá distinto a como mi amiga ama al suyo. Por eso comparar el amor o decir que un amor es más grande que otro se vuelve un poco odioso
Lo que si se, es que la maternidad te alborota el amor y te lleva a nuevas dimensiones de este que no conocías. Por ejemplo, el sacrificio con amor… levantarse toda la noche a revisar una fiebre, a abrazar por una pesadilla, a dar leche, sabiendo que al otro día vas a estar destrozada, y aún así hacerlo con amor, es algo un poco loco. Limpiar un popó sin asco, es peor aún. Comerse un sobrado frío sin que te importe o darle el último pedacito de helado o de postre, para mi es la tapa. El amor de la maternidad es un amor de renuncias, de sacrificios, es un amor de generosidad, hasta a veces con algo de dolor, un amor de dar más de lo que uno tiene.
Un amor tan grande que te sobrepasa, que pierdes la racionalización y el entendimiento de este, que es loco, absurdo y absolutamente puro y hermoso.
El amor por los hijos enloquece a las mamás, por eso los vemos tan lindos cuando a veces son feos, por eso nos parece que su dibujo es hermoso así sea un mamarracho, por eso pensamos que cantan hermoso y que hacen todo perfecto, ese amor nos lleva un poco a la locura y después de ser mamás indudablemente no somos las mismas nunca más. El cerebro ya se rayó, se atrofió y enloqueció. En parte es culpa de ese amor.
Si miramos en retrospectiva, la maternidad es una gran escuela, una escuela un poco a la fuerza en la que aprendes muchísimas cosas, cosas que ni siquiera creías o querías aprender. Los hijos son los grandes maestros de esta carrera y no se si algún día nos graduaremos (¿al ser abuelos?), pero lo que si con absoluta seguridad es que te transforma absolutamente, si te dejas llevar, en una persona mejor.