Otra historia de mi vida. El día que nos escondimos arriba de un confesionario. Cosas del colegio que le ponían emoción a la vida.
Como he contado antes, tengo un problema con la imposición de ideas sobre todo con las cosas que no creo. Creo en la libertad y en la libre oportunidad de pensar. En mi colegio una materia era misa. No se de que curriculum salió eso pero los miércoles entre matemáticas y ciencias teníamos misa.
Para mí fue de las cosas más malucas que vivi. No es que fuera una misa satánica sino que me sentí realmente obligada en contra de mi voluntad a asistir a esa materia, que yo no quería coger. Eso sucedía cada semana y había semanas en las que teníamos además misa los viernes.
Sin contar la del domingo eran 2 en esa semana y si íbamos el domingo (que era obligatorio porque sino estabas en pecado mortal), eran tres. En esa época del colegio chulié las misas de mi vida, por eso ya no voy, todavía tengo misas a favor.
El viacrucis
Además de la misa, nos obligaban a ir a otros actos religiosos. Uno de ellos era el viacrucis, que era el triple de maluco, caminando por todo el colegio bajo el sol, tal cual como Jesucristo en el de verdad. Para mí eso era una tortura, una violación de mi libertad. Seguro para las monjas de mi colegio era el evento del año, algo así como un concierto de Cold Play, las fiestas patronales, el evento de los eventos.
Un día, de esos que había viacrucis, para evadir la participación en el, nos metimos en un espacio que quedaba encima de un cuarto al lado del coliseo del colegio, el cual llamábamos el ático, pues era como una mansarda que se usaba para guardar cosas. El piso era en madera y era muy oscuro y seguramente lleno de polvo.
Las de la aventura éramos tres: Laura (una amiga que me adentró al mundo rebelde), Nati R (una amiga que estaba un año más adelante) y yo. Lo hicimos porque no queríamos ir al viacrucis, en serio prefería la expulsión del colegio a ser obligada a caminar 15 estaciones rezando por todo el colegio a las 12 del medio día.
Nos metimos ahí y nos sentamos calladitas mientras el viacrucis pasaba, o sea, un buen rato. Como era en tumulto de gente, niñas de todos los años revueltas, nadie notaba nuestra ausencia. Lo que no sabíamos era que el padre se iba a meter a ese cuarto a confesar gente al final del viacrucis.
Cuando pensamos que ya se había acabado…
Cuando se acabó la ceremonia y nos disponíamos a salir, escuchamos voces abajo. Nos quedamos quietas, casi sin respirar. Luego escuchamos al Padre del colegio empezar a decirle a alguien que le contara sus pecados. No se si oía con claridad y si se oía era más el miedo que teníamos a que nos pillaran, que la curiosidad por escuchar los pecados ajenos.
Entró mucha gente con muchos pecados, que seguro eran los mismos: decir mentiras y contestarle feo a los papás, que son los pecados que cometen las niñas, y tal vez alguna se había dejado manosear por el novio, jajaja. De ahí no más.
Nos quedamos ahí por ahí 2 horas mientras el padre y las pecadoras hablaban debajo de nosotros, con cuidado de respirar pasito y esperando que a ninguna le diera ganas de hacer pipí. Fue muy emocionante ese susto y la risa contenida al escuchar a las confesadas.
Cuando ya no hubo nadie más a quien confesar, salimos. La gente estaba en recreo y no se dieron de nuestro pecado ni que sabíamos los de las demás.
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